¿Qué tienen en común Ana Lucía, Nohami, Lisbeth, Diana Carolina, Xiomy, Virginia, María Mercedes, Nicky, Yadira, Joselyn, Valentina, María José? Son mujeres que perdieron la vida en manos de un femicida. Hombres que juraron amarlas y protegerlas. Y no es extremo, no es el tema de moda que se activó con el femicidio de María Belén Bernal, ni fruto de la efervescencia mediática y la opinión pública. En Ecuador nos están matando.
Esta es la fase final de una cadena de violencia machista que tiene su origen en problemas estructurales muy arraigados en los antivalores de una sociedad patriarcal que se niega a morir, porque una estructura estatal conspira permanentemente a favor de la impunidad. ¿Por qué negarlo?
Sin embargo ¿Por qué se ha desbordado la violencia de género a límites insospechados? Si bien la violencia recrudeció a partir de la pandemia, eso no quiere decir que la debamos normalizar. Eso sería aceptar una gran derrota como sociedad y nos limitaría a ser casi unos simples espectadores de esta tragedia.
Pero lamentablemente sospecho que eso está pasando, estamos perdiendo la capacidad de asombro como sociedad y a fuerza de presenciar una y otra vez asesinatos, femicidios y agresiones contra las mujeres, los estamos normalizando como parte de la parrilla mediática o de redes sociales.
Hace más de mes fue María Belén Bernal, hace pocas semanas Ana Lucía Muyulema, hace pocos días Michelle Carolina Camacho. ¿Esta semana quién será la nueva víctima? Puedes ser tú, puedo ser yo, puede ser alguien de tu entorno. No estamos seguras.
Hay un total de 207 femicidios registrados entre el 1 de enero de 2022 e inicios de septiembre en Ecuador, mientras la justicia solo ha condenado 218 casos de 1.247 que reposan el sueño de los justos. Si esto no es impunidad, ya no sé qué pensar.
Este año en el Ecuador cada 28 horas han asesinado a una mujer por la violencia femicida, mientras las estadísticas oficiales indican que 65 de cada 100 mujeres de 15 a 49 años han experimentado alguna forma de violencia en el país.
La destrucción sistemática de los valores como sociedad, el pesimismo colectivo, la falta de autocrítica y la desatención institucional también abonan este campo fértil que nos está llevando hacia el caos y la anarquía. ¡Y no estoy exagerando!
Las autoridades dicen que los crímenes no quedarán en la impunidad. Pero este lugar común no se equipara con el trabajo real de los operadores de justicia ni con las acciones gubernamentales.
No queremos ni podemos tolerar la impunidad, pero me preocupa que en nombre de ella caigamos es una espiral de revictimización a las víctimas, a esas madres que no encuentran consuelo, a esos huérfanos que les fulminaron su plan de vida, a esas familias que gritan justicia. ¡Qué impotencia!
Y en este sentido, lamentablemente, si no hay un cambio de timón, la descomposición nos seguirá advirtiendo que seguimos descendiendo más y más ante la impavidez de las autoridades y la desidia de quienes están obligados por ley a brindarnos seguridad.
La Ley Orgánica Integral para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres fue un gran avance en materia legislativa. Pero no es suficiente, necesitamos la implementación del sistema nacional de atención a víctimas de violencia de género. La voluntad del ejecutivo para asignar los recursos es fundamental.
Estamos por enfrentar un proceso electoral ¿Tus candidatos alcaldes y prefectos están haciendo propuestas en materia de género? Sino es así, debemos liderar desde lo local. Sin violencia no hay bienestar.
Esto cambiará cuando todos los niveles de gobierno trabajen en transversalizar políticas de género, cuando todas las funciones del estado hagan su parte, cuando nuestros compañeros nos acompañen. Hay que cambiar los estereotipos y paradigmas sobre las mujeres, caminemos juntos hacia la igualdad.
En Ecuador nos matan, y mientras no tomemos medidas reales, nos seguirán matando.