El Ecuador está consternado. Es increíble que en la localidad de Posorja, provincia del Guayas, por un rumor el pueblo enardecido tomó la justicia por sus propias manos. La noticia sobre tres hombres que habían intentado secuestrar a un menor de edad se regó como pólvora.
No preguntaron motivos ni razones, había que exterminarlos, exponerlos al escarnio público, tenían que recibir su merecido ante la repudiable acción. Los encargados de garantizar la seguridad y el orden no pudieron hacer nada; aterrados, impávidos sólo atinaban a observar cómo piedras, palos o cualquier objeto contundente servía como arma para acabar con la vida de los que hasta ese momento eran culpables. No eran uno, ni dos, eran cientos los que gritaban en la plaza pública «¡Mátalos! ¡Mátalos!»
Ellos no tuvieron oportunidad de dar su versión o demostrar su inocencia, porque antes les quitaron la vida.
Pero, ¿por qué nos escandalizamos por lo ocurrido en Posorja? Total, ese es el pan nuestro de cada día. Sí, en eso nos hemos convertido, en una sociedad sanguinaria y depredadora, incapaz de mirarnos en los demás como iguales; intolerante, odiamos porque sí, no es suficiente acallar a los que piensan distinto, no, hay que eliminarlos. Somos un país en el que las garantías mínimas de respeto a los Derechos Humanos se esfumaron, no existen. ¿De verdad creemos que la masacre de Posorja fue un hecho aislado? No.
Mientras en esa localidad costera se mataba a sangre fría a tres personas por un «rumor», a varios kilómetros en la capital de la república donde coexiste la civilización, en «La casa de Todos«, un asambleísta pedía en el pleno de la Asamblea Nacional, la expulsión de uno de sus colegas de una comisión que trataría el protocolo de atención a niños que hayan sufrido abusos sexuales en establecimientos educativos, porque a su juicio el legislador carecía de probidad para dirigirla, porque ha sido acusado de tener responsabilidad en los casos denunciados por padres de familia cuando fue ministro de educación. El tema es que pide la expulsión de una Comisión inexistente, la justicia no ha probado que el exministro y legislador sea responsable de lo que se lo acusa; y lo que es peor, la prueba que utilizó para pedir la expulsión era una noticia falsa publicada por un diario.
Y hay más. En el mismo recinto legislativo, un día antes, se puso en escena el espectáculo circense más esperado por los ecuatorianos. Las protagonistas: la asambleísta correísta Sofía Espín, -y hago énfasis en «correísta» porque en este país es el principal delito de cualquier político opositor al régimen de Moreno – y Diana Falcón, testigo protegida en el Caso Balda.
Cual circo romano, se había preparado el escenario para tirar a los leones a la responsable de haberse tocado el pelo 200 veces, haber osado usar gafas y visitar a una privada de la libertad que está siendo utilizada para inculpar al ex presidente Rafael Correa de un secuestro.
Lo que no esperaban los agoreros del desastre es que no les salga el número, porque la trapecista Falcón cae en contradicciones. Para acusar a Correa se declara culpable, pero para incriminar a Espín se declara inocente. ¿Estamos sorprendidos con la barbarie de Posorja? Pues no deberíamos, porque así como asesinaron a tres personas por rumores, la Asamblea Nacional y la justicia ecuatoriana intenta asesinar políticamente Rafael Correa y sus coidearios; sin pruebas, sin un debido proceso, ya sentenciados desde los noticieros y los titulares de los diarios, forjando pruebas, construyendo relatos ante la opinión pública que permitan exterminar todo lo que a su paso tenga la huella de la Revolución Ciudadana.
La sociedad violenta, indolente e intolerante que asesina por rumores, es simplemente el reflejo de lo que el Estado, que a través del gobierno y sus instituciones hacen a sus adversarios políticos, perseguirlos hasta eliminarlos de la realidad política del país, sumirlos en un injusto silencio mediático para ejercer una violencia quizás más suave en las formas pero más brutal en el contenido: el regreso del neoliberalismo que llenará las cuentas de la oligarquía mientra vacía las despensas de los ciudadanos.